🧀 Benito Floro y el arte de comerse el fútbol
Antes de que se hablara de posesión, salida de balón, presión alta o “juego de posición”, ya estaba Benito Floro, libreta en mano y mirada aguda, dirigiendo partidos con la mente mucho antes del pitido inicial. Pero como todo currante (y sabio), comenzó desde abajo: con solo 26 años, se hizo cargo del Silla CF, y ahí arrancó una ruta por equipos con historia y aroma a cazalla y flor de azahar: Torrent, Dénia, Gandía, Alzira, Olímpic, Ontinyent… nombres que para muchos suenan a Tercera, pero para él fueron cátedras.
El que escribe estas líneas todavía guarda un diploma que le firmó Benito Floro, de cuando era un niño de las inferiores del Gandía.
En esos campos de tierra y pasiones locales, Floro no solo aprendió a manejar vestuarios: seguro que también aprendió dónde se come la mejor paella de senyoret o un arròs al forn como Dios manda. Porque antes de ser estratega, hay que saber dónde almorzar. Y Benito (que recorrió la geografía valenciana), de esa cultura también entendía.
Pero el punto de ebullición llegaría con el equipo que lo encumbró: el Albacete Balompié, al que transformó en una máquina perfectamente engrasada. Le llamaron el queso mecánico, y no por casualidad. En apenas unos años lo subió desde Segunda B hasta Primera, como quien sube escalones con una copa de vino en la mano. Era fútbol con personalidad, con guion, con pausas y acelerones, con jugadores como Zalazar, Catali o Conejo, que parecían hechos para el sistema.
Floro era el entrenador de moda: elegante, serio, cerebral. Mientras en España se estrenaban las primeras emisiones de Canal+ en codificado y los chavales perdían tardes enteras en el PC Fútbol, Benito ya estaba en la carpeta de cualquier director deportivo sensato.
Y claro, el teléfono blanco sonó. A los 40 años, fue elegido por Ramón Mendoza para comandar el Real Madrid, en pleno intento de destronar al Barça de Cruyff y recuperar el alma perdida de Chamartín. Ganó una Copa del Rey en 1993, pero el peso del cargo fue descomunal para Benito el guapo.
Aquella manita del Barça (5-0) dolió como pocas, y el fin llegó con una frase de leyenda, vomitada entre azulejos de vestuario en el campo de la UE Lleida:
“¡Con el pito nos los follamos!”
Una frase que explicaba más de su frustración que de su táctica, pero que lo humanizaba. Porque Floro no era un robot, sino un tipo apasionado, que vivía el fútbol como un artesano. Tras su salida del Madrid, volvió a Albacete, dirigió otros clubes como Villarreal, Sporting o Mallorca, y repartió pizarra por medio mundo: México, Japón, Marruecos, Canadá...
Hoy su nombre suena poco, pero los que estuvieron atentos lo saben: Benito Floro fue pionero, distinto, valiente.
Un astuto entrenador cuyos equipos practicaban fútbol de autor, que no es fácil. Uno que lo mismo te explicaba una defensa en rombo que te recomendaba un buen lugar para almorzar en la Ribera Alta.