¡Lubo, Lubo!

¡Lubo, Lubo!


Lubo Penev: la belleza áspera del delantero total

Hay delanteros que viven de la velocidad, otros de la potencia, otros del olfato. Y luego están los delanteros que interpretan el fútbol, que parecen haber nacido con un ángulo de visión imposible y un reloj interno que gira distinto al del resto.

Lubo Penev pertenecía a esa especie privilegiada: un nueve pensante, capaz de jugar de cara, de espalda, en corto, en largo, de incomodar dentro del área, de lanzar de lejos, de chutar libres directos y penaltis con maestría, y de convertir una pelota dividida en un manifiesto de técnica y autoridad.

Corpulento, Penev no era solo un goleador; era un creador disfrazado de ariete, alguien que dominaba el juego de espaldas como si allí estuviera la verdadera esencia del fútbol. Contener, girar, dar un pase con la precisión de un cirujano, bajar un balón con la delicadeza de un violinista… y luego, sí, rematar como un animal con su poderosa zurda.

Pero para entender su magnetismo hay que volver al origen, a un país donde la vida pesaba mucho y la libertad muy poco.


Infancia: crecer bajo la sombra de una Bulgaria gris

Lubo nació en 1966, en una Bulgaria sometida al peso del régimen de Zhivkov. Calles grises, colas interminables, discursos oficiales que trataban de explicar una realidad que conforme pasaban las décadas ya casi nadie creía. En aquel contexto, los niños aprendían tres cosas muy pronto:

-Que la escasez era norma.

-Que la vigilancia era constante.

-Que soñar tenía un coste.

Pero Lubo soñó igual. Allí, entre bloques de hormigón y patios de tierra, descubrió el fútbol como lenguaje clandestino, como espacio en el que la mentira política se disolvía. Mientras otros aprendían a no destacar, él aprendía a controlar un balón que parecía desafiar la gravedad. Y destacó.

Era la época en que Bulgaria producía talento en silencio. Y Penev, sobrino del mítico Dimitar Penev, crecía entre dos mundos: la dureza de la vida cotidiana y la belleza del juego.


CSKA Sofia: la forja del delantero total

El CSKA Sofia fue un laboratorio para Lubo. Debutó con 18 años, en 1984, y allí se convirtió no solo en goleador, sino en jugador de equipo, en pieza central del engranaje ofensivo.

Su marca registrada surgió muy pronto:

juego de espaldas perfecto y remate letal.

En el CSKA aprendió a actuar como faro: recibir y que todos sepan qué va a ocurrir a partir de ahí. Era un joven, al que si le lanzaban una nevera desde 40 metros, la bajaba, la acomodaba y la enchufaba en la portería contraria. Con 80 goles en 101 partidos con el CSKA, en Bulgaria se convirtió en figura antes de que el resto del continente lo entendiera: un futbolista con vocabulario propio.


Valencia: el artista que le cambió la cara al equipo

Cuando llegó al Valencia en 1989, el club necesitaba reconstruirse. No buscaba solo goles: buscaba un referente. Y Penev, el primer gran fichaje internacional tras la vuelta a Primera División lo fue desde el primer control.

En Mestalla encontró un público que lo entendió de inmediato:
un jugador elegante, con lecturas inteligentes, capaz de dar continuidad a cualquier jugada y que enseñaba los dientes cuando jugaba contra los más grandes. El típico delantero de área que sabe trabajar para el equipo y hacer mejores a todos los que lo rodean. Así se ganó el corazón de la grada. 

Su juego de espaldas: la firma indeleble

En Valencia se vio probablemente su mejor versión en este aspecto. Con la espalda a portería, era un arquitecto lleno de recursos cuando llegaba el esférico a sus optimistas botas negras. Podía controlar, girar y lanzar. Podía conducir derribando rivales hasta buscar portería. Podía jugar con un tercer hombre (Eloy Olaya fue su fiel escudero en Mestalla). Podía pausar y esperar a que llegara la segunda línea. Fernando, Arroyo, Robert o Tomás lo sabían muy bien.

Ese tipo de movimientos sostenían al equipo, lo elevaban, lo hacían respirar en partidos tensos. Ahí estaba el mago: en esa jugada silenciosa, sin luces, pero absolutamente esencial: aparecía y golpeaba.

Penev se convirtió en referencia emocional y técnica del Valencia. Goles, asistencias, liderazgo natural. Un futbolista que era respetado y admirado por los suyos, pero también por sus rivales


El golpe que cambió todo: el cáncer y el Mundial perdido

Su carrera iba en ascenso, Bulgaria empezaba a reunir una generación histórica con Stoichkov, Balakov, Kostadinov, Ivanov... dirigida por su tío, y entonces la vida se interpuso. Un maldito cáncer de testículo lo obligó a parar cuando estaba en plenitud. Luchó, venció, regresó. Pero el precio fue brutal: se perdió el Mundial de USA 94, el mayor éxito en la historia de su país.

Penev lo afrontó con una mezcla de dureza, humor ácido y dignidad. Nunca quiso compasión. Quería volver. Y volvió mejor de lo que muchos imaginaban.


Atlético de Madrid: músculo, técnica y calle

En 1995, el Atlético de Madrid lo recibió como quien abre la puerta a un jugador que sabe sufrir, que sabe competir. Y Lubo encajó (siempre lo hizo).

Aquí ya era un delantero maduro: menos explosivo, más inteligente, más frío y más cercano a la línea de gol. Tenía un repertorio que combinaba cuerpo y cerebro a la perfección.

Su juego, madurez y el hambre de títulos lo aprovechó Radomir Antic para su proyecto rojiblanco, y Kiko se convirtió en su doble sobre el terreno de juego. En un Atlético histórico, el que ganó Liga y Copa, si no aparecía uno, aparecía el otro dispuesto a morder. Mucho aprendió el delantero gaditano jugando junto a Liuboslav.

Penev casi no necesitaba correr; necesitaba pensar. Y el Atlético, que siempre ha admirado al futbolista de barrio, al jugador con instinto y colmillo, lo abrazó con naturalidad. En su etapa rojiblanca tuvo incluso  la oportunidad de golpear (literalmente) a Paco Roig, el presidente del Valencia con el que no se entendió. Hasta la afición che celebró la tremenda hostia. 

Puñetazos aparte, 22 goles en 44 partidos en su única temporada en el Atlético volvieron a darle el protagonismo que tanto necesitaba. En el Manzanares se convirtió en la punta de la lanza de un equipo legendario, y en un lanzador de penaltis infalible. 

SD Compostela: el sabio del gol

La etapa en el Compostela fue casi un acto poético. Un delantero de 30 años pero de talla mundial en un club que parecía vivir en un sueño improbable de Primera División.

Llegó a Galicia como fichaje mediático de un club muy humilde y se adaptó al Atlántico tanto como anteriormente lo había hecho en el Mediterráneo o en la capital. Allí ofreció una versión todavía más pausada, más técnica, más reflexiva. Se movía poco… pero pensaba mucho. Y cuando controlaba y orientaba, el partido cambiaba de temperatura.

San Lázaro fue el escenario ideal para su fútbol tardío: elegante, preciso, lleno de pequeñas genialidades que facilitan la labor de sus compañeros. Se convirtió en el principal referente ofensivo. En sus dos temporadas en Santiago marcó 32 goles en 75 partidos. Todavía le quedaba mecha al treintañero, y en 1998 fichó por el Celta de Vigo.


Celta de Vigo: pura técnica al borde del Atlántico

El Celta de los 90 era un equipo que pedía balón, que buscaba jugadores con sensibilidad. Allí Penev cuajó con sus controles exquisitos y sus goles quirúrgicos.

Se volvió un delantero cerebral e intuitivo. La experiencia le había enseñado a encontrar la mejor posición, a interpretar los espacios, veía la jugada antes que los demás, ralentizaba cuando había que respirar y aceleraba cuando había que herir. Y se le cayeron de nuevo los goles: 18 en 41 partidos con un hat-trick al Real Madrid a pesar de ser un veterano curtido en mil batallas. En Vigo demostraba algo hermoso: que la veteranía no es decadencia, sino una forma distinta —más profunda— de jugar.


El nómada lúcido

Después de su carrera en España Lubo siguió dejando la misma sensación: la de un futbolista especial, un jugador que hacía cosas que otros no sabían hacer. Incluso en sus últimos años en el Lokomotiv Plovdiv mantenía el toque, la protección del balón, el giro inesperado y ese carisma que conquistó las gradas allá donde jugó el nómada.


"¡Lubo, Lubo!, ¡Lubo, Lubo!" gritó siempre su público.

Lubo Penev fue mucho más que goles. Fue un lector del juego, un escultor de jugadas, un maestro del apoyo y la descarga, del remate, del disparo a balón parado, de la improvisación, de la entrega... un delantero total que convertía  la pausa en arma.

Mientras el fútbol moderno acelera, Penev nos recuerda que la belleza a veces está en detenerse, en recibir, en girar, en pensar. En ser diferente. Y Liuboslav Mladenov Penev, siempre, lo fue. 

Lubo fue único.


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