Paul Gascoigne: el genio que no supo protegerse

Paul Gascoigne: el genio que no supo protegerse

Hay jugadores que uno recuerda por sus goles, por los títulos o por las portadas que acapararon.

Y luego está Paul Gascoigne.

Gazza no fue solo un futbolista: fue un torbellino de humanidad, un niño con las medias caídas, la sonrisa torcida y una pelota pegada al alma. Cuando jugaba, todo era posible. Cuando no jugaba, todo se derrumbaba.


El chico de Gateshead

Paul nació en Gateshead, al noreste de Inglaterra, en un paisaje de fábricas y pubs donde los sueños solían durar poco. Su infancia fue dura: un padre alcohólico, una madre ausente, y un hogar donde la violencia y el cariño convivían como podían.
Desde niño mostraba un talento que desbordaba los parques. Pero también una sensibilidad extrema, una mente que nunca se detenía. Contaba que de pequeño no podía dormir por miedo a que su familia muriera mientras él descansaba. Quizá por eso, cuando jugaba al fútbol, lo hacía con una urgencia que parecía vital: cada regate era una manera de sobrevivir.


Newcastle, el comienzo de la magia

El Newcastle United lo acogió siendo un adolescente, y muy pronto la ciudad lo convirtió en su juguete preferido. Gascoigne jugaba como si el balón fuera un secreto que solo él entendía. Tenía descaro, técnica y esa insolencia del chico que no se cree inferior a nadie.

Su debut con los “Magpies” fue como abrir una botella agitada: explosivo, imprevisible, imposible de controlar. Ya entonces los veteranos decían que aquel chico tenía “demasiado talento para su propio bien”.


Tottenham Hotspur: el niño prodigio se hace estrella

En 1988, el Tottenham pagó más de dos millones de libras por él —una fortuna para la época—, y Londres lo convirtió en fenómeno mediático.

En White Hart Lane, Gazza encontró un escenario a su medida: grande, ruidoso, y dispuesto a enamorarse de su locura. Su fútbol era pura fantasía: regates que humillaban, pases que nadie veía venir, disparos que desafiaban la física.

En 1991 alcanzó su apogeo con una FA Cup memorable, que los spurs ganaron en buena parte gracias a su magia (y a pesar de su temeridad). En la semifinal ante el Arsenal marcó un gol de falta desde casi 35 metros, una explosión de talento que aún resuena en el norte de Londres.

Pero en la final, su cuerpo dijo basta: una entrada brutal sobre Gary Charles le destrozó los ligamentos y cambió para siempre el rumbo de su carrera. Gazza nunca sería el mismo físicamente. Pero su espíritu seguía igual de indomable.


Italia ’90: el nacimiento del mito

En el Mundial de Italia 1990, Inglaterra descubrió que su héroe nacional lloraba.
Gazza jugó como si bailara: libre, impredecible, eléctrico. En la semifinal ante Alemania, al ver la tarjeta amarilla que le dejaba fuera de la final, rompió a llorar ante millones de espectadores.

Aquel gesto, tan frágil y tan humano, lo convirtió en símbolo de un país que por fin se reconocía vulnerable. Inglaterra perdió, pero ganó algo más importante: a Gazza como emblema de la emoción.


El caos vestido de genio: Lazio, Rangers y la vida al límite

Su traspaso a la Lazio en 1992 lo llevó a Italia con la promesa de ser estrella mundial. Pero Roma fue demasiado para él: la presión, el idioma, la soledad y su propio carácter volátil lo empujaron al borde. Entre lesiones (un joven llamado Alessandro Nesta le rompió los ligamentos en un entrenamiento), dietas imposibles y bromas absurdas, dejó más titulares que goles.

Aunque, eso sí, nadie en el Calcio olvidó su sonrisa y sus travesuras. Una vez, en pleno entrenamiento, soltó un eructo en la cara de su entrenador. Otra, metió una serpiente muerta en la chaqueta de Roberto Di Matteo. También tenía fascinación por deshinchar los neumáticos de los automóviles de sus compañeros.  Gazza era incapaz de pasar inadvertido.

En 1995, su fichaje por el Rangers escocés lo resucitó. Allí volvió a disfrutar del juego. Ganó dos ligas, marcó goles hermosos y fue el ídolo de una grada que lo adoraba con devoción casi religiosa. En Glasgow encontró una segunda juventud. Pero también siguió escapando de sí mismo: fiestas, alcohol, exceso, euforia. Todo en Gascoigne siempre fue “demasiado”.


Eurocopa 1996: el último gran baile

Inglaterra organizaba la Eurocopa y Gazza llegaba en medio de la polémica. Muchos dudaban de su forma física, otros directamente lo daban por acabado.

Y entonces, en Wembley, ante Escocia, hizo una de las jugadas más recordadas en la historia del fútbol inglés: controló un pase largo con la punta del pie, levantó el balón por encima del defensor y, sin dejarlo caer, lo fusiló con la zurda. Después, se tiró al suelo y se dejó empapar con agua por sus compañeros en la célebre celebración de “la silla del dentista”.

Aquel gol fue un estallido de alegría nacional. El niño de Gateshead volvía a sonreír, aunque fuera por un instante.

Gascoigne continuó siendo convocado y fue una de las piezas clave que permitió a Inglaterra clasificarse para el mundial de 1998, pero unas imágenes suyas comiendo kebabs bajo evidentes efectos del alcohol provocaron que Glenn Hoddle no lo convocara a la gran cita y ya no representó más a la selección de los tres leones.




Los últimos años: Middlesbrough, Everton y la sombra del final

Tras el Rangers, llegó al Middlesbrough, donde dejó destellos de su clase, aunque ya más apagada, y donde estampó el autobús del equipo al no poder controlar una de sus bromas. Luego, una etapa breve en el Everton, donde su cuerpo pedía tregua y su mente seguía sin encontrarla.

Los entrenadores lo adoraban y lo temían por igual: sabían que en una sola tarde podía ganar un partido o desaparecer del mapa. Cada paso fuera del campo era más complicado que cualquier defensa rival. Anduvo por China y en equipos menores, retirándose finalmente en el año 2004, a la edad de 36 años, con una carrera longeva a pesar de todos sus vicios.


Las frases de un alma desnuda

Gazza hablaba sin filtro, con la honestidad brutal del que no sabe mentir.

"Mis reglas son que hago lo que quiero, como quiero y cuando quiero".

"Fui mejor jugador del año, gané ocho títulos en Glasgow, tengo la FA Cup, jugué un Mundial, si eso es tener una mala carrera... ¡me gustaría ver a alguien con una buena! La gente se acuerda de la bebida, que es lo que acabó con mi juego. He jugado en la Premier hasta los 35 años en el Everton siendo el jugador del partido".

"No he dañado a nadie, sólo a mí mismo"

Detrás del humor había una tristeza que ya no podía esconder.


La soledad del genio

Cuando colgó las botas, el ruido desapareció. Sin la pelota, Gazza se quedó solo con su cabeza, y eso fue lo más duro. Las recaídas, las clínicas, los tabloides despiadados: Inglaterra miraba, entre pena y morbo, cómo su héroe se deshacía en directo.

A veces aparecía en un acto benéfico, otras en un bar cualquiera. Y aún así, cada vez que sonreía, uno podía reconocer al chico que jugaba descalzo en Gateshead. Un alma rota que nunca dejó de buscar la alegría.


El hombre que nos hizo sentir

Paul Gascoigne fue el penúltimo romántico del fútbol inglés. El jugador que convirtió cada partido en una película imprevisible: comedia, tragedia y ternura en un mismo plano.

Su historia no es solo la de un talento desperdiciado, sino la de un ser humano incapaz de fingir. Porque Gazza, con todas sus caídas, nunca dejó de ser auténtico. Y eso, en este fútbol de marcas y egos, es quizá su mayor legado.

Gazza nos enseñó que el fútbol puede ser bello, triste y humano a la vez. Y que a veces, los genios no están hechos para durar, pero sí para ser recordados.



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