Sampdoria: estar en la mierda

Sampdoria: estar en la mierda

Genova huele a mar y a óxido, a pescado fresco y a fábricas muertas. Allí nació el fútbol en Italia, traído por marineros británicos a finales del siglo XIX. El Genoa Cricket and Football Club fue el primero (1893), pero la ciudad pronto vio crecer otros equipos, con la misma pasión obrera y portuaria. Entre ellos, dos nombres que marcarían el destino del fútbol genovés: Andrea Doria y Sampierdarenese.

El Andrea Doria representaba a las clases medias y marineras, elegante y orgulloso. El Sampierdarenese, de origen más popular y combativo, llevaba en la sangre el barrio industrial de Sampierdarena. A pesar de compartir ciudad y pasión, la rivalidad entre ambos era feroz. Pero la posguerra no entiende de orgullos: en 1946, con las arcas vacías y el país reconstruyéndose, ambos clubes decidieron unir fuerzas. Así, el 12 de agosto de 1946 nació la Unione Calcio Sampdoria, club que rozaría la gloria europea y ahora está en la mierda.


La camiseta más bonita del fútbol

Si el club es hijo de dos mundos, su camiseta es la prueba viva. Azul genovés, atravesado por una franja horizontal blanca, roja y negra. La franja no es un adorno: es la herencia visible de la fusión. La blanca y roja de la Sampierdarenese, la negra y azul del Andrea Doria, fundidas en una sola banda que abraza el pecho. Única, reconocible desde cualquier grada del planeta. No necesita logo para ser identificada: es la Samp.


Épocas de gloria y nombres propios

Durante décadas, la Sampdoria vivió a la sombra de los gigantes del norte. Pero en los años 80 y 90, todo cambió. Llegaron jugadores que hoy son mitos: Trevor Francis, Gianluca Vialli, Attilio Lombardo, Gianluca Pagliuca… y también Alexei Mikhailichenko, cerebro ucraniano de pies finos, el brasileño Toninho Cerezo, pura elegancia y temple en la medular, y Víctor Muñoz, uno de los primeros españoles en atreverse a jugar en la Serie A, que aportó carácter y experiencia. Todos ellos dieron forma a un equipo que dejó de ser secundario para codearse con los mejores.


1991: el Scudetto imposible

El punto más alto llegó en la temporada 1990-91. Bajo el mando de Vujadin Boškov, la Sampdoria rompió el orden establecido y ganó su único título de Serie A. Y no fue un año cualquiera: la Samp tuvo que imponerse al Milan de Sacchi, al Inter de los alemanes (Matthäus, Brehme, Klinsmann), a la Juventus, y a equipos potentes como el Napoli o la Roma. Mancini y Vialli destrozaban defensas, Lombardo volaba por la banda, Vierchowod mandaba atrás y Pagliuca lo paraba todo. Un milagro en azul, blanco, rojo y negro, o lo que es lo mismo, un milagro Blucerchiati.


1992: Wembley y la herida eterna

El año siguiente, la Samp se plantó en la final de la Copa de Europa. El rival: el Barcelona de Cruyff, el “Dream Team” que ya le había ganado una Recopa en el 89. Wembley fue escenario de un duelo épico. Durante 111 minutos, la Samp resistió y tuvo sus opciones: Vialli y Mancini dispusieron de ocasiones claras para batir a Zubizarreta y cambiar la historia. Pero un lanzamiento de falta de Ronald Koeman rompió el sueño. Perdieron la final, pero ganaron un lugar eterno en la memoria del fútbol europeo.


Después de Wembley: nombres para seguir soñando

La derrota en Londres no acabó con la ambición de la Samp. La década de los 90 trajo otros grandes nombres. Llegaron el inglés David Platt, cerebro y gol desde la segunda línea; Ruud Gullit, con su melena y su talento de estrella mundial; un joven Clarence Seedorf, que ya dejaba destellos del crack que iba a ser;  omnipresente francés Christian Karembeu o el alemán Jürgen Klinsmann, cazador de área con olfato y clase. "Burrito" Ortega, Sebastián Verón... la lista de jugadorazos que han portado esa zamarra es larguísima. Aunque el Scudetto no volvió, estos fichajes mantuvieron a la Samp como un equipo respetado en Italia y en Europa.


El Luigi Ferraris y la ciudad partida

Jugar en el Luigi Ferraris es hacerlo en un estadio viejo, de ladrillo y alma, pegado a las casas, donde la grada parece caer sobre el campo. Es territorio compartido con el Genoa, el rival eterno. El Derby della Lanterna es más que un partido: es una guerra civil en noventa minutos. Media ciudad contra la otra media, azul contra rojo.


Mancini, la efervescencia hecha futbolista

Roberto Mancini no fue solo un jugador: fue el futbolista que generó la efervescencia que llevó a la Sampdoria a su época dorada. Convirtió cada balón en una posibilidad de magia y cada partido en un espectáculo. En sus 15 años en el club, firmó 132 goles en 566 partidos oficiales, récord absoluto de la Samp, y se convirtió en el jugador con más presencias en la historia del equipo. Su sociedad con Vialli fue una de las más letales que ha visto el Calcio. No consiguió ganar la Copa de Europa (maldito Koeman), pero con Mancini como referente la Sampdoria conquistó un Scudetto, cuatro copas y una Recopa.


El presente: en la cuerda floja

Hoy la Sampdoria está lejos de aquellos días. Malas gestiones, deudas, cambios de dueños…  el fútbol moderno ha masacrado la ciudad de Génova. El club ha coqueteado con la Serie C algo impensable hace unos años, salvándose de milagro por la quiebra del Brescia. La grada sigue cantando, pero la desesperación se mezcla con la nostalgia. Estar en la mierda, sí, pero con la camiseta puesta y la dignidad intacta.

Porque la Sampdoria es así: única, testaruda, orgullosa. Puede caer, pero nunca desaparecer.


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