Villarreal–Barcelona en Miami: el día que la Liga se rindió al país de Mickey Mouse
Un fútbol cada vez más lejos del aficionado
La temporada 2025-26 arrancó ayer en Girona con un partido a las 19:00, en plena ola de calor. Una postal perfecta del fútbol moderno: tribunas repletas de palmitos, hinchas sudando bajo el sol abrasador y horarios impuestos por la televisión que nadie pidió. Los aficionados lo saben: ya no son el centro del espectáculo, sino simples clientes a los que se exprime cada temporada con abonos a precios abusivos, entradas desorbitadas y camisetas caras que rozan el ridículo.
Primero nos quitaron el fútbol en abierto, terminando con esa sana tradición de verlo en familia en el salón. Luego llegaron los viernes y lunes con partidos que descolocan cualquier rutina, y los domingos a las 14:00, como si comer con la familia fuera un lujo incompatible con el negocio. Ahora, para colmo, se llevan partidos oficiales de LaLiga a Estados Unidos.
Villarreal–Barça en Miami: la venta del alma
Dentro de unos años, cuando alguien recuerde el primer club europeo que aceptó jugar un partido oficial de liga en Estados Unidos, la respuesta será clara: el Villarreal contra el Barça en Miami. No hablamos de un amistoso veraniego ni de un homenaje internacional, sino de una jornada de nuestra liga empaquetada y enviada al país de Mickey Mouse.
El Villarreal, un club ejemplar en gestión deportiva y cantera, se mancha con este precedente que borra parte de su identidad. Porque no es la primera vez que el club groguet se pliega a los dictados del negocio: ya renunció al pantalón azul de toda la vida por motivos de marketing, usurpó sin pudor el apodo de “Submarino Amarillo” que el Cádiz llevaba décadas luciendo con legitimidad, y hasta rebautizó el histórico Madrigal como “Estadio de la Cerámica”para mayor gloria del negocio familiar de su presidente.
Ahora, para completar la metamorfosis, al Villarreal le quedará el honor de cerrar las puertas de su estadio el día más esperado de la temporada —la visita del campeón— y venderlo a Miami por un puñado de dólares.
Y en paralelo, el Barça, que aún pretende ser “més que un club”, vuelve a demostrar que su lema es ya un souvenir vacío de sentido: activan palancas, malvenden derechos y se prestan sin rubor a exportar lo que debería ser sagrado, una jornada de LaLiga.
Un fútbol elitista y de escaparate
La excusa oficial es “internacionalizar la Liga”. La realidad: abrir carteras. El abonado de Vila-real, que espera todo el año la visita del campeón en El Estadio de la Cerámica, se queda sin su partido grande. El socio del Barça que quiera seguir a su equipo debe preparar un billete transoceánico y un hotel en Miami Beach. El fútbol ya no se piensa para la grada, sino para los ejecutivos de palco, influencers y patrocinadores.
Distorsión de la competición
Jugar en Miami no es jugar en Vila-real. El Villarreal pierde el factor campo, el Barça esquiva uno de los estadios más incómodos de LaLiga y el calendario se retuerce en horarios y climas imposibles. En cualquier competición seria, la igualdad es sagrada. Aquí se vende al mejor postor.
El precedente más peligroso
Aceptar este Villarreal–Barça en Miami es abrir la puerta a cualquier cosa: un Clásico en Shanghái, un derbi en Qatar o lo que dicte el próximo patrocinador. Una vez que admites que una jornada oficial puede disputarse fuera de España, ya no hay límites.
El Villarreal–Barcelona en Miami no es un hito, es un síntoma. El síntoma de un fútbol que ha convertido al hincha en cliente y a la competición en escaparate. Un fútbol que poco a poco va perdiendo algo que no se compra ni con todos los billetes del mundo: la esencia.
Desde Odio el Fútbol Moderno les deseamos que disfruten de esta nueva temporada de liga moderna: con sus horarios absurdos, con sus viernes y lunes por decreto, con sus partidos al sol del mediodía, con sus interminables (y lamentables) videoarbitrajes y con ese espectáculo cada vez más apocalíptico en el que los goles ya no se celebrarán en nuestras gradas, sino en los palcos VIP a miles de kilómetros de distancia. Que lo disfruten, si es que todavía queda algo que disfrutar.